Conectados. La era de las redes sociales

Nunca estuvimos tan conectados a los demás como en este momento de la historia. Frágiles, pero extensos, los vínculos que nos unen a los demás se han multiplicado gracias al nacimiento de una tecnología, las páginas de redes sociales, que ha abierto posibilidades impensables hace años. Por ejemplo, que los treintañeros Eva y David (una desde Madrid y el otro desde Galicia) saltaran un muro formado por décadas de secretos familiares para encontrarse.

Historias como la de los dos primos ocurren continuamente a uno (amigos), dos (amigos de amigos) o tres grados de separación (amigos de amigos de amigos). Aunque parezca mentira, ni siquiera estamos lejos de Angelina Jolie, George Clooney o cualquier otra persona del mundo. Como mucho te separan un puñado de amigos o conocidos, dice la famosa teoría de los seis grados de separación.

El éxito de las redes sociales ha sido fulminante. Los expertos no encuentran ningún otro producto que haya recibido una acogida tan veloz y masiva. Tuenti y Twitter nacieron hace sólo cuatro años; Facebook, seis, y la pionera MySpace hace siete. Hoy, 940 millones de personas las componen en todo el mundo. Las hay globales y locales, elitistas o populares, orientadas al empleo o al ligue, fáciles y difíciles de utilizar, para jóvenes y mayores. Pero todas tienen en común que están formadas alrededor de las personas, dejando ver las líneas invisibles que son las relaciones que nos unen. Como una inmensa colmena humana en la que se puede revolotear de una celda a otra.

Facebook es la reina, la red social más popular del planeta. La utilizan 400 millones de personas, y si sus miembros formaran la población de un país, se trataría del tercero más habitado del mundo, sólo superado por China e India. En España ha pasado en un año de cuatro millones de usuarios activos a más de ocho. En ciertos círculos y edades es difícil encontrar a alguien que se mantenga ajeno. A pesar de haberse convertido en el gran directorio de los seres humanos, es a la vez algo tan sencillo como una página web en la que todo el mundo puede participar a cambio de dar su nombre real y añadir a sus conocidos. Una vez dentro, uno cuelga textos, fotos o enlaces, juega a juegos, declara en público que es fan de algo o (mucho mejor) ve qué han hecho los demás.

Aunque el término «red social» ya casi sólo se utiliza para las páginas de Internet tipo Facebook, la expresión posee un sentido mucho más amplio. Lo es, por ejemplo, una tribu del Amazonas o un grupo de vecinos que se turna para cuidar a los niños. En los últimos tiempos luchan por comprender el complejo funcionamiento de las redes matemáticos, físicos, biólogos, genetistas o investigadores sociales. Al último grupo pertenece el científico norteamericano James Fowler , que junto a Nicholas A. Christakis analizó en 2007 millones de datos médicos de los habitantes de la pequeña población de Framingham, en Massachusetts (Estados Unidos). Al hacerlo se encontraron con varias sorpresas. Por ejemplo, que los comportamientos se pueden «contagiar» no sólo entre conocidos, sino también entre personas que jamás se han visto y que están separadas hasta por tres grados. «Es más probable que algunos amigos, amigos de los amigos y amigos de los amigos de los amigos del obeso medio también sean más obesos de lo que cabría esperar atendiendo únicamente a las leyes del azar», escriben los investigadores en su libro Conectados, recién publicado por Taurus. No sólo se trata del peso. Dejar de fumar o encontrar pareja también depende en parte de nuestra red social.

Podemos entender que si nuestro mejor amigo engorda, nuestro riesgo de engordar se triplique. Pero es que si el amigo de nuestro mejor amigo al que jamás hemos visto lo hace, también nos influye. Quedan aún muchas incógnitas y todavía no se sabe exactamente cómo funcionan estos mecanismos ni cómo se contagian. Fowler explica desde California que la conciencia de formar parte de una red ha cambiado su vida cotidiana: «Ahora cuido más mi salud porque sé que mis acciones influyen en mi hijo, el amigo de mi hijo y, tal vez, también en la madre del amigo de mi hijo. Cuando una persona aprende el efecto total que tiene en la red social, ya no puede creerse una isla. Estamos conectados».

Las ancestrales relaciones humanas se han trasladado de alguna forma a Internet. A la eterna pregunta de cuántos amigos es posible tener online sin volverse loco se suele responder que 150. El antropólogo Robin Dunbar observó en los años noventa que el tamaño del grupo con el que se relacionan los primates depende del tamaño de su cerebro. Los humanos, como monos con un cerebro muy grande, estaríamos programados para relacionarnos con esa cantidad de individuos. Con 150 miembros en la tribu, todos se conocen entre sí, se dedican tiempo y recuerdan las relaciones existentes entre los demás. Si se supera ese número comienzan los problemas de cohesión. Dunbar defiende que ni siquiera Facebook es capaz de ampliar una cifra para la que estamos programados.

Aunque nuestra experiencia cotidiana es otra. Cantantes, actores y deportistas de todo el mundo han puesto al límite el número de Dunbar. El actor Ashton Kutcher es seguido en Twitter por 4.700.000 personas. En España, aún lejos de esas cifras, 190.000 leen los mensajes de David Bisbal. Algunos, como el músico Santiago Auserón o el periodista Ignacio Escolar, han descubierto por sí mismos que el tope de amigos permitido por Facebook es de 5.000. Un lugar donde más de 400.000 fans agradecen a Andrés Iniesta que él en persona actualice su página: si escribe «Gran partido y el pase a semis conseguido», recibe 2.800 comentarios y 13.000 seguidores dicen: «¡Me gusta!». «¿Cómo es posible que yo tenga más de 100.000 fans?», se pregunta el divulgador científico Eduard Punset.

Más Información:elpais

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